miércoles, 31 de diciembre de 2014

Burocracia espiritual | RPH 3759

por Cornelio Rivera


El hombre hace todo más complicado de lo que en realidad es. Si has hecho trámites en una oficina gubernamental, sabes de lo que hablo. El más sencillo comprobante o pequeña constancia requiere solicitud triplicada, en papel especial, autenticada por un escribano, con todos tus datos personales, familiares, ocupacionales, profesionales, escolares y cosas similares. Armado con todo esto, llévate un buen almuerzo para esperar en la fila y no perder el turno. Ponte zapatos cómodos para andar de oficina en oficina, consiguiendo firmas y sellos. Tal vez así, logres el trámite en un par de días, si no, paciencia; quizás en los próximos seis meses. Cuando ya no necesites lo que procuras obtener, te lo darán. 

Recuerdo los años cuando, siendo extranjeros en cierto país, con mi familia tramitábamos los permisos. Muchas fueron las horas en varias oficinas; así somos los humanos, no solo la burocracia gubernamental. Todos tendemos a complicar lo que es fácil, así sucede también en lo espiritual. Se cree que entre más hagamos, mayor la seguridad en obtener los beneficios de Dios. La cultura hispana, equivocadamente piensa que guardando una serie de sacramentos, se reciben las bendiciones divinas. Se ha hecho de Dios un burócrata espiritual, que impone reglas, regulaciones y requisitos y que complica nuestro acercamiento a Él. 

Dios nos parece ser prácticamente inaccesible, alejado, separado por muchos complicados obstáculos. Sin embargo, Dios no quiere impedir que llegues a Él, al contrario, Él ha provisto la forma más apropiada y directa para que te acerques a Él. Jesús dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay… voy, pues, a preparar lugar para vosotros… y vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis… y vosotros sabéis el camino. Yo soy el camino, la verdad y la vida… y al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn. 14:2-4, 6; 6:37). Dios, en Cristo, te facilita el acceso a Él, es cuestión de creer y no de hacer, es cosa de fe y no de cumplir con regulaciones.

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viernes, 26 de diciembre de 2014

Casa y comida | RPH 3736

por Cornelio Rivera


Es un sueño para muchos tener casa propia, cuatro paredes y un techo son suficientes. Si de madera o de adobe o cuan pequeña, no importa, ¡es casa propia! Pero muchos otros, no llegan a pensar en algo propio, porque no tienen ni donde pasar la noche, duermen en la calle, bajo un puente, con un cartón y un plástico, en cualquier lugar que ofrezca alguna protección del frío y la lluvia; para ellos su sueño es simplemente un lugar donde vivir. Más básica aun es la necesidad de alimento, no es extraño para muchos hacer del basurero de la ciudad, su hogar. Ahí viven, duermen, buscan algo para comer y para vender. Casa y comida son los elementos más fundamentales para todos, estas cosas, hacen la diferencia entre vivir y apenas existir, entre la salud y la enfermedad, la satisfacción y la intranquilidad, y muchas veces, entre la vida y la muerte. 

Estas necesidades básicas para la vida son muy importantes, así también, Dios nos recuerda de la importancia de la seguridad de la morada y sustento que Él provee para vida eterna. Lo físico, aunque importante, es temporal, lo otro es espiritual y eterno. Dice la Biblia: "Si nuestra morada terrestre, este tabernáculo se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Co. 5:1). Ese tabernáculo, sujeto a deshacerse, es el cuerpo físico. Su muerte no significa el fin para los que han confiado en el Hijo de Dios, sino la oportunidad para pasar a la presencia de Dios, quien les dará una nueva morada, un cuerpo resucitado que vivirá eternamente. 

Mientras tanto, Jesucristo ofrece el alimento para vida eterna. Él dijo: "yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre" (Jn. 6:51). Sea que tengas o no lo necesario para vivir físicamente en la tierra, necesitas obtener la casa y la comida más importante. Ahora, prácticamente puedes vivir en cualquier lugar y comer cualquier cosa, pero para la eternidad solo hay un lugar seguro y un alimento que sustenta; Dios los provee en la persona de Jesucristo. ¿Tienes tu propia casa y comida espiritual?

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miércoles, 24 de diciembre de 2014

Una sola vez | RPH 3735

por Cornelio Rivera


Hay que lavar los platos, la ropa tienes que quitártela y lavarla para poder volverla a usar, hay que limpiar la casa: barriendo, lavando los pisos y desempolvando los muebles. También necesitamos higiene personal, un baño, una ducha. Olvídalo, y las narices de aquellos con quienes te relacionas sabrán que no eres muy amigo del agua y del jabón. Lo que se expone a la suciedad, hay que lavarlo periódicamente.

La suciedad da mal aspecto, puede producir deterioro, interrumpir el buen funcionamiento de algo y puede ocasionar enfermedades. Pero se requiere tiempo y esfuerzo para la limpieza, aun con aparatos modernos, hay que poner algo de nuestra parte. ¡Qué fantástico sería si la rutina y trabajo de la limpieza pudiera llevarse a cabo de una vez por todas! ¡Lavar la ropa, los platos y los pisos, una sola vez! ¡Qué bien! ¡El tiempo y molestia que nos ahorraríamos! Y para los que no son amigos del agua, una sola ducha en la vida. Sin embargo, la limpieza necesita constancia; también la limpieza espiritual. 

Dios dijo a Jerusalén (Israel): "Lava tu corazón de maldad, para que seas salva" (Jer. 4:14). El pecado del hombre, es la suciedad que nos impide ser aceptables ante la resplandeciente pureza y Divina Majestad. Por eso, Dios sometió a Israel a la limpieza espiritual, proveyendo el sistema de sacrificios. Con ellos, la sangre del animal en sustitución del pecador, hacía posible la limpieza del pecado, pero así como hay que lavar la ropa constantemente o tomar un baño, antiguamente había que hacer sacrificios continuamente. Semana tras semana, mes tras mes, se ofrecían sacrificios para ser limpios de pecado. Año tras año, el sacerdote entraba al lugar santísimo con un sacrificio para que los pecados del pueblo fuesen lavados y perdonados. 

¡Habría sido bueno haber limpiado los pecados de una vez por todas! ¡Eso es posible hoy! Declara la Biblia que: "Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos”. Antiguamente, los sacerdotes ofrecían sacrificios a diario, pero Cristo, una vez para siempre, un solo sacrificio por los pecados" (Heb. 9:27-28; 10:10-12). Tú puedes tener una limpieza espiritual de una vez por todas, teniendo fe en la expiación que Jesús hizo por ti.

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jueves, 18 de diciembre de 2014

Reconciliación | RPH 3734

por Cornelio Rivera


"¡Jamás le perdonaré!". Son palabras que has escuchado o quizás pronunciado. Tal vez has dicho: "Yo perdono, pero no olvido". Palabras dichas como resultado de enemistades, indiferencias, divorcios, fricción, pleitos, disputas, y hasta asesinatos y guerras. Entre pandilleros hay venganza; un día muere uno y al día siguiente dos del otro bando, y la matanza sigue. ¿No son estas cosas versiones amplificadas de lo personal y familiar? 

En casa, en el vecindario, ahí donde trabajas o en la escuela, en todos estos lugares existen rencillas que se convierten en situaciones irreconciliables. Discordias entre personas y entre familias, entre hermanos, padres e hijos, parientes, vecinos y entre compañeros de trabajo. Todo por la inhabilidad del ofendido, para perdonar y olvidar lo que hizo el ofensor. Pero también impide la reconciliación el ofensor que rehúsa reconocer su falta y la necesidad de enmiendas. La inflexibilidad, en uno o en ambos, alimenta la fricción y enemistad.

Hay también fricción entre Dios y el hombre, Dios es el ofendido, el hombre el ofensor. Dios, que es santo y perfecto, no puede ignorar la ofensa sin castigo. El hombre, con orgullo, rehúsa aceptar su error. Dice la Biblia que la mente humana, en su estado natural, está en enemistad con Dios (Ro. 8:7). A algunas iglesias, Jesús les dice tener ciertas cosas "contra" ellas (Ap. 2:4, 14, 20). Dios llama a Israel: "Rebeldes… por lo cual se les volvió enemigo, y peleó contra ellos" (Isa. 63:10). Ante tal hostilidad, ¿podrá haber reconciliación entre Dios y el hombre? 

Dios proveyó para perdonar la ofensa del hombre, requiriendo al ofensor, reconocer su falta y sacrificar un cordero o becerro. Dios aceptaría esa muerte en substitución del ofensor, quien recibiría reconciliación. Hace dos mil años, Dios hizo una mejor provisión, Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29), y se nos explica que por su muerte somos reconciliados (Col. 1:21-22). Dios es el ofendido, nosotros los ofensores, pero Él perdona y ofrece reconciliación si tan solo reconocemos nuestro pecado y ofensa, y nos acercamos a Él, aceptando el sacrificio ya hecho por Cristo. Él hizo su parte, haz tú ahora la tuya.

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lunes, 15 de diciembre de 2014

El llamado divino | RPH 3733

por Cornelio Rivera


Hay sonidos que instantáneamente reconocemos: la sirena de la ambulancia indica una emergencia médica y la alarmante bocina del carro de bomberos, un incendio. Otros sonidos, con su monotonía, nos relajan y nos ayudan a dormir, como por ejemplo la lluvia que cae continuamente o el constante estallido de las olas contra la playa y las rocas. Hay sonidos que nos hace sobresaltar al irrumpir súbitamente: una explosión, un fuerte e inesperado golpe o un avión sobrevolando a baja altitud. Hay sonidos de alegres celebraciones, entusiasta aprobación o de jocosa diversión, en contraste, reconocemos lo que comunica tristeza, angustia o violencia. 

Otros sonidos nos hacen responder a lo que nos indican: la alarma del reloj nos dice que ya es hora de levantarse, el repicar del reloj de pared anuncia la hora del trabajo o de la escuela, el teléfono insiste en que lo levantemos, los timbrazos en la escuela te dicen que una clase comienza y después te anuncia que termina, el silbato de la fábrica les deja saber a los empleados el inicio y el cese de sus labores. Por todo esto y mucho más, se puede decir que los sonidos son parte importante de la vida.

En un tiempo, Dios llamaba a su pueblo con la trompeta, que en realidad era un cuerno de carnero. Varias veces en el año los hacían sonar, llamándoles a reunirse y conmemorar algo que Dios había hecho en su favor. En el mes séptimo, el cuerno les llamaba a celebrar el perdón de pecados, la provisión divina en el viaje a la tierra prometida y también la provisión estando ellos ya en Canaán. Todo comenzó cuando Dios les instruyó en el Sinaí a acercarse y presentarse ante Él cuando escuchasen cierto sonido, ese sonido, les llamaba a entrar a la presencia divina (Ex. 19:13, 16, 19). 

Hoy, Dios no nos llama con trompeta, pero sí nos llama con el evangelio (2 Ts. 2:14). Jesucristo dice en el libro de Apocalipsis, "He aquí yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él…" (Ap. 3:20). No dejes que su llamado, expresado en la Biblia y en el evangelio, sea en vano. No seas como aquellos de quienes Jesús dijo: "ustedes no quieren venir a mí para que tengan vida" (Jn. 5:40), porque su promesa es "al que a mí viene, no le hecho fuera" (Jn. 6:37).

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lunes, 8 de diciembre de 2014

Agradecimiento | RPH 3732

por Cornelio Rivera


Leí acerca de un doctor que daba una extraña receta a sus pacientes preocupados, atemorizados, desanimados o inseguros de sí mismos. Por seis semanas les instruía que le diesen las gracias a cualquiera que les hiciera un favor. Y para demostrar genuino agradecimiento, que dieran gracias con una sonrisa. Se reporta que la mayoría obtuvo mejoría. Dar gracias en forma genuina, es algo de lo que muchas veces nos olvidamos, pero es algo muy importante, tanto para quien recibe el beneficio, que debe estar agradecido, como para quien provee el beneficio, a quien debe reconocérsele su acción. 

Ese mismo artículo menciona una tribu indígena, cuyo lenguaje no posee una palabra para decir "gracias", pero alguien quien trabajó ayudando a esa tribu observó que ellos demostraban agradecimiento. En vez de decir gracias, acostumbran a corresponder a cada favor o bondad, con una acción similar o de mayor valor o beneficio. En vez de tan solo decir "gracias", demostraban agradecimiento con acciones que genuinamente comunicaban su sentir y el reconocimiento de la importancia de lo que la otra persona había hecho por ellos. Si es importante que seamos verdaderamente agradecidos con nuestros semejantes, imagínate cuan crucial es entonces, que demos y demostremos agradecimiento a Dios, de quien la Biblia nos dice que Él es el dador de toda buena dádiva y don perfecto (Stg. 1:17).

Cuando diez leprosos vieron a Jesús, exclamaron desde lejos: "¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!…. al despedirles…mientras ellos caminaban, su lepra fue limpiada. Uno de ellos se volvió glorificando a Dios, y se postró a los pies de Jesús, dándole gracias. Jesús preguntó: ¿No son diez los limpiados? ¿Y los nueve, dónde están?” (Lc.17:12-17). Solo uno dio gracias y lo expresó con palabras y con genuina adoración, postrándose ante su ayudador. Si Dios ha hecho algo por ti, Él espera no solo “gracias” de tus labios, sino también una demostración genuina de que, reconociendo su grandeza y su poder te rindes ante Él. Dice la Biblia: "Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús" (1 Ts. 5:18). Nuestra expresión de agradecimiento o falta de ella, indica nuestra verdadera relación con Dios.

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lunes, 1 de diciembre de 2014

Seguridad | RPH 3731

por Cornelio Rivera


Hay seguros contra incendio, seguros de vida, médicos, automovilísticos y seguros contra muchas otras cosas. Pero vivimos constantemente inseguros, entre más problemas, más inseguridad. Aunque hemos experimentado alguna pequeña mejoría en la estabilidad política, cosas como la perpetua corrupción gubernamental y empresarial, el caos económico, la delincuencia común, la proliferación del sida, los problemas escolares, la inestabilidad familiar, la escasez de trabajo, la pobreza y otras inquietudes, mantienen a la población descontenta e insegura. 

Obviamente hay excepciones, pero para muchos el futuro es incierto, pocos pueden planear con algún sentido de seguridad y confianza. ¡Cuán importante es tener alguna seguridad! Pero, que se base en la realidad de lo que se pueda experimentar y no en un optimismo falso, motivado por la esperanza en algún político. Sin embargo, a pesar de la incertidumbre que puedas tener en tu trabajo, en tu familia, tu negocio, tus planes, tu salud o en cualquier otra área, hay algo en lo que puedes, sin lugar a dudas, tener absoluta certeza, completa seguridad, confianza total. 

El Apóstol Pablo también afrontó mucha incertidumbre. Él dijo haber experimentado: "cárceles, peligros de muerte, azotes con varas, naufragios, peligros de ríos, de ladrones, peligros en la ciudad, en el desierto, en el mar, peligros entre falsos amigos, trabajo y fatiga, desvelos, hambre y sed, frío y desnudez" (2 Co. 11: 23-28). Todo esto y más de lo que hoy nos aflige, Pablo lo experimentó. Pero, varias veces él usó la expresión: "estoy seguro", y aseveró que se consideraba vencedor (Ro.8:37-39). ¿Seguridad y victoria? ¿Cómo es esto? Escucha sus palabras: "estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:38-39). Y agregó: "yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día" (2 Ti. 1:12). Seguridad de victoria en las inquietudes presentes y certeza en el futuro eterno. Todo eso, depende del poder de Jesucristo.

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lunes, 24 de noviembre de 2014

Rompiendo con el pasado | RPH 3730

por Cornelio Rivera


Romper con el pasado no es fácil. Una chica, estudiante universitaria, participó en el robo de un banco, luego, escapando se fue a un lugar lejano donde asumió una nueva identidad. Se casó, tuvo hijos, y por más de veinte años vivió sin que nadie sospechara de su pasado. Todo iba tan bien, que quizás nunca nadie se habría enterado, de no ser por su propia conciencia que comenzó a inquietarle. Un día, fue tanta su intranquilidad, que llamó a las autoridades, les reveló su secreto y se entregó a la justicia.

¡Cuánto quisiéramos cubrir el pasado! Que nadie se entere de lo que hicimos, que no tengamos que abochornarnos del verdadero yo que otros no conocen. ¿Hay algo que quieres cubrir? ¿Una mancha que quisieras borrar sin dejar el menor indicio? Romper así con el pasado no es fácil, alguien más te conoce, y tú sabes lo que has sido. Más importante aún, Dios nos conoce, nada podemos ocultar de Él. La Biblia lo expresa así: “Oh Señor tú me has examinado y conocido, has conocido mi sentarme y mi levantarme… todos mis caminos te son conocidos. ¿A dónde me iré… a donde huiré de tu presencia?" (Sal. 139:1-3).

Lo interesante es que el Dios que conoce toda tu vida, y a quien tendremos que rendir cuentas, quiere olvidar nuestro pasado. Él desea que todo lo que hemos sido, lo que hemos hecho para ofenderle, quede borrado y que no siga siendo un motivo de separación entre su majestad y grandeza y nuestras vidas de pecado.

Dios dijo a Israel: "perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado" (Jer. 31:34). Esto es grandioso: ¡que el Dios santo y justo quiera y tome la iniciativa para borrar nuestro pasado! Un pasado que, por muy inocente que nos parezca, ante un Dios santo, puro y perfecto, es indescriptiblemente impuro y falto de cualquier mérito delante de Él. ¿Cómo romper con ese pasado que nos hace culpables ante la justicia divina? Dice la Biblia: "arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados" (Hch. 3:19). Y también: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Jn. 1:9).

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sábado, 15 de noviembre de 2014

Genuina celebración | RPH 3728

por Cornelio Rivera


Tenemos celebraciones nacionales, observamos ceremonias religiosas simbólicas de alguna creencia. Cada familia, pareja o persona recuerda fechas especiales significativas en su vida. El pasado preservando su importancia en el presente, pero entre más tiempo pasa, entre mayor distancia entre el evento y la presente generación, menor el impacto del significado. Considera los feriados nacionales, recordando a algún héroe de la independencia. ¿Cuánta identificación existe entre el empleado o el estudiante que tiene el día libre y la causa promulgada por aquel héroe? ¿Qué impacto hay en la diaria existencia de los que hoy supuestamente recuerdan y celebran a dicho héroe?

Para la mayoría, lo importante es no tener que trabajar ni asistir a la escuela, sino poder descansar, ir de paseo o aprovechar para hacer algún proyecto pendiente. ¿Qué de nuestras celebraciones con raíces religiosas y que forman parte de nuestra tradición? Para Semana Santa y Navidad, ya existe en nosotros cierto patrón en lo que hacemos y en la expectativa de lo que ha de suceder. En medio del diario trajín, la Semana Santa ofrece la oportunidad de alejarse de la rutina, irse a la playa, al campo o a otros lugares de recreación. La Navidad produce imágenes casi imborrables, de regalos, árboles decorados, la prominencia de los colores rojo y verde, un aire festivo, cierta clase de música, comidas especiales, y desde luego, los aguinaldos o bonificaciones. ¿Qué tiene todo esto que ver con la intención original de la celebración? Los que inicialmente experimentaron los sucesos que ahora supuestamente recordamos, tendrían gran dificultad en relacionar las costumbres de hoy, con el evento detrás de la celebración.

Lo único que establece un vínculo real y significativo con cualquier celebración, incluyendo la Semana Santa y la Navidad, es una identificación íntima y personal con el propósito original de esos sucesos históricos. Los hechos de mayor importancia en la historia del mundo tienen que ver con la venida, ministerio, muerte y resurrección de Jesucristo. Solo cuando personalmente aplicas y apropias para ti mismo el significado y el resultado que Dios se propuso con esos eventos, es que puedes recibir sus beneficios, por lo tanto, gozar de una genuina celebración, y no solo obligación, tradición o recreación.

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miércoles, 12 de noviembre de 2014

Una carta para ti | RPH 3725

por Cornelio Rivera


Dependiendo de su contenido, una carta puede ser objeto de alegría, tristeza, indiferencia, preocupación o enojo. A la vez, cuando escribes una carta, la forma en que te diriges a la persona a quien se la envías, revela tu actitud y disposición hacia ella. Si tus palabras son suaves y tiernas, seguramente expresarás amor, aprecio y buena voluntad. Pero si al leerla suenan como una descarga eléctrica, con truenos, rayos, fuertes vientos y lluvia fría, nos damos cuenta que el destinatario de tu misiva, no es tu mejor amigo. Por lo tanto, el contenido de las cartas y la forma en que te expresas descubren tus sentimientos, tu actitud, tu disposición, ya sea buena o mala hacia aquella persona.

La parte de la Biblia conocida como el Nuevo Testamento contiene veintiuna cartas dirigidas a iglesias y a personas particulares. Cada carta refleja la situación que en esos momentos atravesaban los destinatarios, de acuerdo a eso contienen instrucciones acerca de la vida cristiana, palabras de ánimo, exhortaciones, enseñanza y corrección. Una carta dice: "…habiendo oído de vuestra fe en Jesús y de su amor para con todos… no ceso de dar gracias por vosotros" (Ef. 1:15-16). Estas son palabras que expresan complacencia con la vida de los destinatarios. Otra carta dice: "he sido informado… que hay entre vosotros contiendas” (1 Co. 1:11). “…habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales y no espirituales?” (1 Co. 3:3). A otros se les dice: "¡Oh insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad?... ¿tan necios sois?” (Gal. 3:1, 3). La vida y la forma en que se desempeñaban, determinó el contenido de las cartas enviadas a aquellas personas. 

Cuando el Apóstol Pablo le escribió a un hombre de nombre Filemón, se expresó así: "Doy gracias a mi Dios haciendo, siempre memoria de ti en mis oraciones, porque oigo del amor y de la fidelidad que tienes hacia el Señor Jesús, y para con todos los creyentes" (Flm. 4-5). Francamente, esa es la clase de carta que me gusta recibir, con palabras sinceras de aprobación, con tal interés en mi persona que quien escribe da gracias a Dios por mí vida. Si uno de aquellos escritores bíblicos fuese a escribirte una carta, ¿cómo se dirigiría hacia ti? ¿Qué palabras, de aprobación o de reproche, te diría?

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miércoles, 5 de noviembre de 2014

Preparación | RPH 3723

por Cornelio Rivera


Los meteorólogos nos ayudan a prepararnos para los peligros que se avecinan. Estar al tanto de los huracanes, torbellinos, lluvias torrenciales o inundaciones nos permite estar listos para evitar daños y lo que es más importante: para escapar y preservar la vida. Pero siempre vemos en las noticias, reportes de algunos que se quedan en el paso del huracán o rehúsan evacuar sus casas ante las crecientes aguas.

En el estado de California, en los Estados Unidos, los expertos advierten de un futuro terremoto de magnitud jamás vista, ya que esa área ha experimentado anteriormente sismos con pérdida de vidas y de bienes. Desde luego, con una población ya establecida hoy en día, una evacuación resulta casi imposible, particularmente por la inseguridad de la fecha exacta en el que el sismo pueda suceder. Sin embargo, hay personas que viven allí que no les importa la posibilidad de un desastre. Confieso que personalmente no sabría qué precauciones tomar, pero decir que tal cosa no nos concierne indica falta de sensibilidad, total incredulidad a la predicción o un tenue optimismo de que no pasará nada.

Dios anunció a Israel: "viene el día ardiente como un horno, a todos los soberbios y los que hacen maldad… aquel día que vendrá los abrasará" (Mal. 4:1). Israel no se preparó, la nación fue destruida, miles murieron y la población fue dispersada. Si te anuncian que tu casa, tu lugar de trabajo o la escuela donde estudias, está por incendiarse, ¿no tomas precauciones para no ser una víctima? ¿No sería tu vida afectada con la expectativa del anuncio? ¿Acaso no avisarías a otros para que también se preparen?

La Biblia insiste en advertirnos acerca del futuro, cuando Dios se manifestará. Leemos que Él vendrá "desde el cielo… en llama de fuego, para dar retribución a los que no le conocieron, ni obedecen al evangelio de Jesucristo" (2 Ts. 1:7-8). Y también que: "los cielos pasarán con grande estruendo, y que la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas" (2 P. 3:10). Y concluye diciendo: “¡cómo no debemos andar en santa y piadosa manera de vivir…!” (2 P. 3:11). Dios quiere que su anuncio para el futuro afecte nuestra vida presente. No responder indica insensibilidad, incredulidad o un optimismo mal fundado. ¿Estás preparado?

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sábado, 1 de noviembre de 2014

Lealtad | RPH 3719

por Cornelio Rivera


“¡Quisiera ser como mi perro!”, exclamó alguien, explicando: “Todo lo que le digo a mi perro, lo hace. Lo llamo, viene; le digo que se eche al suelo, se echa; que se vaya, se va; que me dé la pata y amistosamente me la extiende”. Algunas veces me enojo con mi perro, porque está ladrando mucho, porque insiste en entrar cuando debe estar afuera o porque hace lo que no debe hacer. Entonces me enfado con mi perro, lo regaño y hasta le doy un par de palmadas en las ancas.

Pero algo extraordinario sucede: mi perro, aun cuando me enojo con él, sigue siendo leal. Siempre me sigue, siempre responde a mi voz, siempre está confortablemente echado a mis pies. Mi perro no se enoja conmigo ni me deja, no importa lo que pase, mi perro es leal. ¡Yo quisiera ser como mi perro!

La lealtad no se observa muy a menudo en estos días. Es difícil encontrar un amigo que se mantenga amigo, pase lo que pase, que permanezca firme en su relación con otros, que se entregue sin reservas a la preservación de esa relación. Un claro ejemplo es el matrimonio, con frecuencia, la promesa de lealtad hecha al casarse, se tira por la borda, se olvida y pierde validez.

Ya en tiempos antiguos Dios exclamó: "no sean desleales con la mujer de su juventud, porque Dios… lo aborrece" (Mal. 2:16). Pregunto: Si no eres leal a las personas, ¿cómo ser leal a Dios? La infidelidad del hombre hacia Él es evidente porque dice la Biblia: "vuestra lealtad es como nube matinal, y como el rocío, que temprano desaparece" (Os. 6:4 LBLA).

No hay permanencia, ni solidez en la fidelidad del hombre. ¿Cómo aprender fidelidad y lealtad? Dios mismo nos da su ejemplo al tratar con nosotros, así lo observó el profeta Jeremías diciendo: "Por la misericordia de Dios no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es su fidelidad (Lm. 3:22-23).

Como Él demuestra su fidelidad, su lealtad, su segura presencia y ayuda hacia nosotros, Él también desea que nos comprometamos con Él primero, y consecuentemente, nuestra lealtad a Él se manifestará en nuestra relación a los demás.

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miércoles, 22 de octubre de 2014

¿A quién pretendemos engañar? | RPH 3717

por Cornelio Rivera


“Las acciones gritan más fuerte que las palabras”. Lo que hacemos es más que lo que decimos y si lo que decimos es contrario a lo que hacemos, no hay palabras que justifiquen o invaliden nuestras acciones. El marido que nunca está en casa sino en la parranda, que no tiene tiempo para su esposa, que la ignora, ¿podrá su esposa creerle cuando dice que la ama? ¿Qué de la mujer que se la pasa de visita con las vecinas y desatiende su hogar? ¿Podrá convencer que es una buena esposa? Habrá que ser muy tonto para creerle. Cuando contradecimos nuestro hablar con nuestro actuar, pero insistimos en la veracidad de nuestras palabras, somos culpables de farsa o engaño y ofendemos a quien le pedimos que nos crea, tratándolo como que si fuese escaso de razón, falto de inteligencia, incapaz de discernir lo que está a plena vista. 

Dios dijo acerca de Israel: "este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí" (Is. 29:13). El pueblo que con su boca declaraba servir a Dios, lo negaba con su irreverente conducta, no que no fueran religiosos, pero todo era formalismo, ritualismo, tradición. De esta manera daban más importancia a lo externo, antes que a lo interno; sin ningún efecto en el corazón, ni en la vida. Además, Israel creyó engañar a Dios ofreciendo sacrificios de lo peor que tenía. Por eso Dios les dijo: "Maldito el que engaña… y que promete y sacrifica al Señor lo dañado, porque yo soy Gran Rey, dice el Señor” (Mal. 1:14). 

Era imposible engañar a Dios con los labios o con aparentar religiosidad, era ridículo y trágico procurar hacer creer a Dios que tenían una devoción real, auténtica y pura, cuando la conducta era rebelde y los sacrificios consistían de lo que les era inservible y que les sobraba. ¡Imagínate, querer embaucar al Dios omnisciente, conocedor de todo, como si se tratara de un ingenuo! ¡Increíble! Pero Dios les dijo: "No tengo complacencia en vosotros, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda" (Mal 1:10). 

En el mundo hispano los labios todavía mencionan a Dios y la religiosidad persiste. ¿Es tu vida una confirmación o una negación de lo que pretendes ser delante de Él? ¿A quién pensamos poder engañar?

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martes, 14 de octubre de 2014

Insensibles al amor divino | RPH 3716

por Cornelio Rivera


En la adolescencia se aprende mucho; es un tiempo cuando se es y al mismo tiempo no se es. Se es más que un niño, pero no todavía un adulto, en esta etapa se experimentan cambios físicos, emocionales, intelectuales y se aprende de la vida, de las personas alrededor, del ser humano en general, del mundo y sus problemas. Pero también se cree saberlo todo y tener la solución a toda dificultad, por eso existe la tendencia a rebelarse, porque con lo que se supone saber, se considera a los padres y a esa generación, ignorantes, anticuados, pasados de moda. No es mi propósito criticar al adolescente; todos pasamos por esa etapa, todos experimentamos algo similar.

Como adolescentes también hemos sido insensibles. La mamá puede estar cansadísima pero, ¿cuantos jóvenes se ofrecen para ayudar con el aseo de la casa? Con todo el esfuerzo paternal para proveer para la educación, las necesidades y aun los gustos de los adolescentes, ¿cuántos dicen?: "Gracias mamá y papá por lo que hacen por mí; sé que todo lo hacen porque me aman. Gracias". ¡Qué bueno que la etapa de insensibilidad pasa! El problema es grave, si dejando de ser adolescentes, permanecen tan insensibles y desapercibidos como que si nada hubieras hecho por ellos.

Le dijo Dios al pueblo de Israel: "Yo os he amado" (Mal.1:2). Pero, insensiblemente ellos preguntaron: "¿En qué nos amaste?”. En esos momentos eran como el adolescente insensible, que a pesar de todo lo que sus padres hacen por él, es incapaz de reconocer la motivación de amor. Pero Israel había sido objeto del amor divino por ya más de mil años, su etapa de adolescencia ya había pasado, ahora siendo adulto, era todavía insensible al amor divino.

Dios nos dice que te ha amado a ti y a mí y no solo a Israel. La Biblia lo afirma diciendo que: "de tal manera amó Dios al mundo que dio a su único hijo para que todo aquel que en él crea no se pierda, más tenga vida eterna" (Jn. 3:16). Y también que: "Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores Cristo murió por nosotros" (Ro.5:8). ¿Entiendes esto? ¿Eres sensible a ese amor? ¿Has respondido demostrándole agradecimiento?

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martes, 7 de octubre de 2014

Insensibles | RPH 3715

por Cornelio Rivera


Leí de un niño que sufre de un raro trastorno del sistema nervioso, que le impide sentir dolor. Alguien dirá: “¡Qué bueno, vivir sin experimentar dolor! ¡Eso si está bien!”. Pero no, no está bien, porque el dolor es como una alarma que te informa del peligro. Los padres de este niño viven con el constante pánico de que algo pueda pasarle, peligrando su integridad física y que él no se dé cuenta. Se puede caer y romperse un brazo o una pierna, se puede cortar, puede quemarse, puede darse un serio golpe en la cabeza o en cualquier otra parte del cuerpo que le dañe un órgano interno, se puede enfermar, pero no puede decir "me duele". Por lo tanto, cuando el daño que le pueda suceder se descubre, puede ser muy tarde. Este niño es físicamente insensible al dolor y por lo tanto su integridad física peligra.
  
También la insensibilidad espiritual nos pone en peligro. Dios acusó a la gente por medio del profeta Malaquías de menospreciarle y deshonrarle, entonces ellos preguntaron: "¿En qué te hemos menospreciado, y en que te hemos deshonrado?" (Mal. 1:6-7). Aunque Dios les indicó claramente como era que habían fallado en esas y otras áreas, hubo en ellos insensibilidad en su proceder, incapacidad para reconocer su error y así permanecieron en el peligro del castigo divino.

Cuando se nos hace ver nuestro error, pero somos insensibles a ello, es común responder: “¿Quién? ¿Yo?”. Queriendo decir: “Yo no lo hice”. Es posible que al decirlo, haya sinceridad, no sabiendo que hemos cometido una falta. Pero la sinceridad no necesariamente implica inocencia, examinemos la evidencia, aceptemos nuestra responsabilidad y corrijamos el error.

Las palabras de Dios en la Biblia tienen como propósito hacernos reconocer el error y también hacernos regresar a Dios. Al decir la Biblia que: "Todos pecaron y han fallado en alcanzar la gloria de Dios" (Ro. 3:23), eso nos llama a reconocer, sensiblemente, que hay pecado en cada uno de nosotros, que aceptando esa realidad nos arrepintamos y que en sumisión y por fe aceptemos lo que Dios ha hecho en Cristo para perdonarnos. Sé sensible, deja que el pecado te duela, porque al dolerte reconocerás tu necesidad de sanidad espiritual.

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sábado, 27 de septiembre de 2014

Ser cristiano | RPH 3711

por Cornelio Rivera


Durante la llamada Guerra Fría, particularmente en los años cincuenta y sesenta se pensaba, particularmente en Norteamérica, que en lo que fue la Unión Soviética, todos o la mayoría eran comunistas. Ese concepto producía ciertas imágenes mentales en cuanto a la vida de las personas de ese lugar. Con la desintegración del bloque comunista en Europa Oriental, nos dimos cuenta que aquel concepto era erróneo. No todas las personas ni tampoco la mayoría eran comunistas, aunque vivían bajo ese sistema político y económico.

¿Qué de la palabra “cristiano”? ¿Eres tú cristiano porque vives en un país supuestamente cristiano? ¿Por qué llegamos a esa conclusión? ¿Es este un concepto correcto? ¿Son los países de habla hispana cristianos y por consiguiente somos todos cristianos? Latinoamérica escuchó por primera vez el nombre de Cristo cuando llegaron los españoles en 1492. Los habitantes originarios comenzaron a ser "convertidos" por la cruz o por la espada. Los caciques a través de todo el continente, fueron forzados a someterse a una religión íntimamente ligada al gobierno invasor. En lo que hoy es Cuba, el cacique Hatuay fue condenado a ser quemado y se le dijo que se convirtiera para que fuera al cielo.

–¿Hay cristianos en el cielo? –Hatuay preguntó.

–¡Desde luego que sí! –fue la respuesta.

Entonces, él dijo que no quería ir a ningún lugar donde tuviese que encontrarse con cristianos. Por un lado, surgió una religión que combinó aspectos de las creencias impuestas con las religiones nativas, algo que todavía hoy es prominente en algunas partes del continente. Por otro lado, apareció la que vino a ser prácticamente la religión oficial de los países del nuevo mundo, la misma se heredó de generación en generación como una fuerte tradición. La pregunta es: ¿nos hace cristianos creer en algunos aspectos del cristianismo? Y otra pregunta: ¿somos cristianos porque hemos heredado una tradición?

El énfasis de la Biblia es que aquellos que personalmente creen y por fe reciben a Cristo, son los considerados sus discípulos, hijos de Dios y por lo tanto cristianos. Dice la Biblia: "de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él" (Col. 2:6). Sin recibirle no puedes ser cristiano, ni vivir como cristiano.

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lunes, 22 de septiembre de 2014

El dominio propio | RPH 3710

por Cornelio Rivera


El emperador de Marruecos, Moulay Ismail, quien vivió en el siglo XVIII, engendró más de mil hijos e hijas. ¡Increíble! ¿Acaso tendría tiempo para algo más en su vida? Hay quienes dejan su sello en la historia con el récord que establecen o sobrepasan. En el mundo hispano, esas marcas conciernen a altos porcentajes de hijos ilegítimos, alcoholismo y el uso de drogas. Francamente, no necesitas tener diez, cinco o dos hijos ilegítimos para añadir problemas, tan solo un hijo fuera de tu matrimonio, complica las cosas para ti, para la madre y de alguna forma, para toda tu familia y la sociedad en general.

Tampoco necesitas ser extremista en cuanto a la ingestión de bebidas alcohólicas y al cigarrillo como para tener problemas de salud. Piensa en el costo, en la inversión y en la influencia que tales cosas ejercen sobre tus hijos. Damos gracias por los programas sociales, gubernamentales, cívicos o religiosos.

Sin embargo, hay una virtud personal que es más eficaz que cualquier esfuerzo social. Hablo de la templanza, palabra que el diccionario define con sinónimos como: moderación, continencia, sobriedad, temperancia. La Biblia lo llama dominio propio, es decir, que lejos de ser controlado por algo, tú estás en control de ti mismo. Pero eso no depende de tu propia determinación y fuerza de voluntad, controlando tu propio deseo o tendencia. Más bien, la Biblia menciona el dominio propio como el producto o fruto del Espíritu de Dios, es decir, como una manifestación sobrenatural.

Para controlar el apetito sexual, dominar ese vicio que te hace malgastar el dinero, para ponerle freno a esa lengua que dice lo que no debe y cerrar esa boca que no sabe cuándo debe callar, para ejercitar prudencia en la forma de reaccionar, para hacer todo esto, necesitas más que tu propio poder y determinación; necesitas la ayuda divina. El llamado de la Biblia es "someteos a Dios…, acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros” (Stg. 4:7-8). La única forma de tener control sobre todo aquello, que por lo general ejerce control sobre ti, es rendirte completamente a Dios. Si haces eso, sí habrá control, no tu control, sino el de Dios.

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martes, 16 de septiembre de 2014

La mansedumbre | RPH 3709

por Cornelio Rivera


Cuando niño, en la escuela tenía un maestro de pequeña estatura, de tez trigueña y con un delgado bigote. Habían en la clase, dos alumnos de edad avanzada para el grado en el que estaban, tanto así, que sobrepasaban en estatura al maestro. Recuerdo también, que el maestro no toleraba ninguna contradicción o nada que él considerase falta de respeto. A veces, sin pensarlo dos veces, le daba una bofetada a cualquier alumno que le faltase el respeto, incluyendo a aquellos dos más grandes que él. Ahora, casi puedo ver su trigueño rostro enrojecido y con las venas del cuello casi saltando. Casi escucho su alterada voz exclamando que a él nadie le falta el respeto. ¿Conoces a alguien que fácilmente se altera y está listo para golpear, pelear, insultar y si es posible hasta para matar?

El primero en reaccionar así fue Caín, de quien se dice que "se ensañó, que decayó su semblante, que levantó su mano contra su hermano y lo mató" (Gn. 4:5, 8). Envidia, enojo, resentimiento, terquedad, todo eso causó aquella reacción. El rey Saúl, escuchando que celebraban a David por derrotar a Goliat, "se enojó en gran manera y le desagradó" lo que decían. Desde entonces, dice la Biblia, “Saúl no miró con buenos ojos a David" e intentó matarle.

¿Qué es lo que te enoja? ¿El rechazo, el orgullo dañado, tu autoridad desafiada, la desobediencia de tus hijos, la injusticia de tu jefe o de tu cónyuge? Venga de donde venga tu ira, dice la Biblia: "todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse, porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios" (Stg. 1:19-20). Tu enfado, aunque parezca muy justo, no es aceptable ante Dios. Jesús dijo: "aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt.11:29).

La mansedumbre es todo lo contrario al enojo, la ira y la indignación. Pero esa virtud no la obtienes tan solo determinando que, de ahora en adelante ya no te vas a enfadar, ni vas a reaccionar en forma inapropiada. Lo que verdaderamente trae mansedumbre a tu vida es la presencia en ti de aquel que es incomparablemente manso. ¿Vive Él en ti?

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domingo, 7 de septiembre de 2014

La infidelidad | RPH 3708

por Cornelio Rivera


El escritor de un artículo de la revista Time, en su edición de agosto del año 1994, propuso la teoría de que la infidelidad matrimonial ya está en nuestros genes. O sea, que tu marido busca otras mujeres porque hacerlo, es parte de su constitución biológica. Lo mismo, dice el autor, sucede con las mujeres infieles. Estos genes, propone el autor, condicionan la mente y transmiten en forma hereditaria los pensamientos y razones para la infidelidad. Los proponentes de esta teoría son los llamados psicólogos evolucionistas. Las conclusiones se basan en la comparación entre el proceder de algunos animales y el de los humanos. El hombre, según esta teoría, es un animal.

La Biblia está en desacuerdo con esto, pero hay algo que en forma notable se aproxima a lo que la Biblia enseña. Por ejemplo, el autor menciona que la psicología evolucionista reconoce que "mucho de la naturaleza humana refleja un despiadado egoísmo congénito, al cual las personas por naturaleza no le ponen atención". Esto significa que el hombre, en su naturaleza, hereda la tendencia a pensar mayormente en sí mismo, algo tan normal para él, que ni siquiera se percata de ello; eso la Biblia lo enseña.

Pero mientras que el psicólogo evolucionista se basa en el proceso de la evolución y en la constitución del hombre como animal, la Biblia enseña que el hombre es un ser moral creado a la imagen de Dios, pero que debido al pecado y su rebelión, la naturaleza humana es básicamente egoísta, centrada en sí misma y en su propia satisfacción. La infidelidad en sí no se hereda biológicamente, lo que sí se hereda es la naturaleza humana, de la cual, la infidelidad, entre muchas otras faltas, es una manifestación del pecado en nosotros.

Dios es el ser fiel por excelencia y no hay fidelidad en los hombres aparte de la obra de transformación que Dios realiza en los que se entregan a Él por fe en Cristo Jesús. Mientras que la Biblia habla de los que desobedecieron a Dios como de "una generación perversa, e hijos infieles" (Dt. 32:20), por otra parte, se dirige a otros llamándoles "santos y fieles en Cristo Jesús" (Ef. 1:1). Tu compromiso con Dios por fe en Cristo, resulta en un cambio, no solo de tu infidelidad, sino de tu naturaleza en su totalidad.

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martes, 26 de agosto de 2014

La maldad | RPH 3707

por Cornelio Rivera


La maldad la medimos según el daño que cause. Los causantes del sufrimiento y muerte de millones, en campos de concentración de la segunda guerra mundial, los consideramos verdaderamente malignos. Así habrían considerado a sus amos, las personas que fueron traídas de África para ser esclavizadas por varios siglos. Hoy, hay muchos malignos causantes de sufrimiento, penalidades y escasez.

A un nivel más personal y directo, para la mayoría, maligno es el que te roba, que te engaña, que mira tu necesidad y pudiendo ayudarte, no lo hace. Maligno es el que habla mal de ti dando un falso testimonio, el vecino o el compañero de trabajo que te complica la vida y el pariente que te pone mal con el resto de la familia. Pensándolo bien, tú y yo somos candidatos a ser calificados como malignos, porque los hombres tenemos una fantástica capacidad para ser malos.

¿Es todo maldad en el mundo, sin haber nada bueno? Todo depende desde que punto lo veas. Vemos como algunos realizan beneficencias, dando de su tiempo, esfuerzo y de sus recursos económicos para ayudar a otros. Aunque poca, en comparación a la maldad presente, existe en el hombre cierta bondad. Pero viéndolo desde el punto de vista de Dios, el hombre es esencialmente malo. Dice la Biblia: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso" (Jer.17:9). El profeta Isaías declara: "todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia" (Is. 64:6). Aunque exista la posibilidad de escoger lo bueno, sabemos que tendemos hacia lo malo, pues nuestra naturaleza es esencialmente pecaminosa.

Lo que David escribió hace dos mil años, Dios lo dice hoy: "Todos se desviaron... no hay quien haga lo bueno… ni siquiera uno… con su lengua engañan… sus pies se apresuran para derramar sangre… no hay temor de Dios delante de sus ojos” (Rom. 3:12-18). Por muy buenos que parezcamos ante los que observan nuestras supuestas buenas obras, delante de la santidad y perfección divina, estas son opacadas y lo que es visible ante Él es nuestra maldad y pecado. Pero hay esperanza, Dios cambia al que por fe en Jesús se somete a Él.

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viernes, 1 de agosto de 2014

La paciencia | RPH 3706

por Cornelio Rivera


“El que espera desespera”, dice el refrán; y bien sabemos cuán verdadero es este dicho popular. El niño aguarda su cumpleaños o la navidad contando los días para recibir regalos. La espera es larga para el estudiante que en su último año contempla su graduación. Para los enamorados, el día de la boda les parece muy distante. Los planes que has hecho quisieras verlos realizados de inmediato. También, cuando agobiado esperas día tras día una solución que no parece llegar, la desesperación puede llevarte a lo que piensas es la única salida. La desesperación puede ser tal, que algunos optan por quitarse la vida. Este obviamente es el extremo al cual Dios no quiere que nadie llegue. En efecto, Dios no quiere que nadie llegue al punto de reaccionar a ninguna situación como si estuviese en un callejón sin salida.

La respuesta a la desesperación y lo que previene ese estado de ánimo es la paciencia. ¡Ah la paciencia! ¡Cuántos quisiéramos tenerla! Alguien sarcásticamente dijo: "Dios dame paciencia, ¡pero dámela ahora mismo!”. La Biblia habla de la paciencia diciendo que es una virtud, que ejercita continuamente control sobre la persona, previniéndole de responder a una situación en forma precipitada. La Sagrada Escritura dice que Dios es paciente para con los hombres. Su paciencia previene el juicio inmediato sobre nuestras acciones pecaminosas con las que le ofendemos continuamente.

La Palabra de Dios cataloga la paciencia como un fruto del Espíritu, porque solo Dios a través del Espíritu Santo puede producirla en nosotros. El hombre por sí mismo no puede producir paciencia, así que, si ahora sientes que ya no aguantas, que no encuentras salida y estás desesperado por actuar precipitadamente ante cierta situación, te invito a que te ampares en el Dios de toda paciencia. No todo tendrá una solución instantánea, pero si pones toda tu confianza en Jesús, tendrás una nueva vida y una nueva perspectiva para enfrentar situaciones problemáticas.

En Dios y en su hijo Jesucristo puedes experimentar las palabras bíblicas que aseveran que: “la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro. 5:3-5).

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lunes, 28 de julio de 2014

La pretensión | RPH 3696

por Cornelio Rivera


Pocos son los que nunca han pretendido engañar a otros. Una sonrisa, un abrazo, un apretón de manos, un “sí”, una explicación, nos pueden hacer muy buenas personas ante los demás. Pero, ese tono de voz tan condescendiente y esa actitud tan abierta y disponible, pueden ser tan solo una apariencia. En el interior de la mente se puede estar hilando algo totalmente diferente, pensando en el beneficio por lograr, si seguimos sonriendo, si seguimos fingiendo. Ya el plan está hecho, ya hemos decidido lo que hemos de hacer.

Lo que dices o aparentas es solo para quitarte a aquella persona de encima, para hacerle creer que sí, que estás de acuerdo, que obedecerás, que eres sumiso a sus órdenes y deseos. ¡Cuántas veces aparentamos en el exterior, lo que en realidad no sentimos en el interior! En muchos casos logramos engañar a las personas con quienes tratamos, caen en la cubierta de mentira que hemos fabricado. Al fin y al cabo eso es lo que nos interesa, que crean que somos de una manera, aunque en verdad somos totalmente lo opuesto.

Es posible acostumbrarnos tanto a actuar de esta manera con los demás, que también creemos poder hacerlo con Dios. Pero el rey David, quien tuvo que atravesar por una dura experiencia para darse cuenta que no podía engañar a Dios, escribió: "Oh Señor, tú me has examinado y conocido,... has conocido mi sentarme y mi levantarme, has entendido desde lejos mis pensamientos... todos mis caminos te son conocidos. Aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí... tú la sabes" (Sal. 139:1-4). Ante esta ineludible realidad, el apóstol Pablo nos revela otra verdad, diciendo: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gal .6:7).

Quien pretende ser algo delante de Dios sin serlo, se engaña a sí mismo y el producto de querer aparentar, será como la intención de su corazón. Dice Jesús: “yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras” (Ap. 2:23). ¿Qué es lo que Dios ve en tu corazón?

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miércoles, 23 de julio de 2014

Necesidad de purificación | RPH 3694

por Cornelio Rivera


La casa donde mi familia y yo vivimos está provista de agua de pozo. El problema es que esa agua, en su estado natural, no puede usarse. Si se usa para lavar la ropa, la mancha, también con el tiempo va dejando un residuo amarillento en las ollas de la cocina y en los lavamanos. Si hace esto al metal, a la ropa y a la porcelana, seguramente causará cierto daño a las personas si la toman por un período de tiempo.

Es la presencia de una cantidad excesiva de minerales lo que impide que el agua pueda usarse provechosamente tal como es. Lo que hacen esos minerales, nos deja saber que si el agua va a poder usarse necesita pasar por un proceso de filtración, que prácticamente la transforma en agua nueva, agua diferente, agua que sí es adecuada y provechosa. Hay cosas que en su estado natural no pueden usarse porque hacen daño, pues para que hagan bien, tienen que atravesar por un proceso especial.

El hombre en su estado natural exhibe ciertas características que en lugar de hacer bien, contaminan y hacen mucho mal a otros. Fue Jesucristo quien dijo que: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (Mc. 7:21-22). Si tan solo uno de estos estos contaminantes está presente en mí o en ti, tenemos la capacidad para causar extenso daño a aquellos con quienes nos relacionamos.

Como el agua de mi pozo, el hombre necesita purificación. ¿Has escuchado de uno, que como un cordero sin mancha y contaminación, nos puede sacar de nuestra vana manera de vivir, purificando nuestras almas? (1 P. 1:18-19, 22). Te hablo de aquel que dijo: “el que bebiere del agua que yo le daré…, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Jn. 4:14), y “el que cree en mí..., de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn. 7:38). Te hablo de Jesucristo, si le dejas, Él es quien puede purificar tu interior.

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sábado, 12 de julio de 2014

Esfuerzo en vano | RPH 3689

por Cornelio Rivera


¡Todo lo que hice fue para nada! ¡Cuán frustrante es invertir esfuerzo, tiempo y hasta dinero en algún proyecto, sin lograr lo deseado! Quise sembrar césped en el patio de mi casa, para ello removí la tierra, saqué la mala hierba, sembré semilla que supuestamente era de la mejor, esparcí una camionada de buena tierra sobre el suelo y comencé a cuidar de aquello, regando, espantando a los pájaros que querían comerse la semilla y poniendo fertilizante. La semilla brotó y el césped comenzó a enverdecer la tierra. Pero algo sucedió, el césped que había comenzado tan bien, desarrolló alguna enfermedad porque su crecimiento fue muy lento y mientras más lo regaba, la mala hierba, que parecía interminable, crecía en abundancia. Mi tiempo, esfuerzo y la inversión en materiales resultó en vano. Fue como si nada hubiera hecho, es decir, el patio no había cambiado.

Lo mismo puede suceder en lo espiritual, Jesús dijo que enseñar la palabra de Dios es como sembrarla en los corazones. Pero aunque muchas veces la semilla de la Palabra es relativamente bien recibida, pueden presentarse circunstancias que impiden que crezca. Multitudes escucharon las enseñanzas de Jesús, pero pocos demostraron crecimiento espiritual.

Los apóstoles sembraron, trabajaron, se esforzaron y sufrieron, pero el crecimiento de los que escucharon siempre fue difícil. A los que en Galacia inicialmente respondieron, el apóstol Pablo les escribió: “Me temo que haya trabajado en vano con vosotros” (Gal. 4:11). A los de Filipos les instó a asirse de la Palabra para que su trabajo con ellos no fuese en vano (Fil. 2:16) y a los de Tesalónica les expresó temor de que el tentador les hubiese tentado y que su trabajo resultase en vano (1 Ts. 3:5).

Amigo, por algún tiempo te he hablado a través de estas reflexiones para que consideres tu necesidad de Cristo y respondas. Francamente, no me gustaría trabajar en vano, no quisiera que esta labor fuese como la que intenté hacer con el césped, pero que resultó sin el final deseado. Pero eso, en gran parte depende de ti y de tu respuesta.

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lunes, 23 de junio de 2014

Fe, promesa y bendición | RPH 3686

por Cornelio Rivera


¡Lo prometido es deuda! ¡Un contrato es un contrato! Pones tu firma en un papel y de esa forma te comprometes. Si especificas que harás pagos mensuales por algo que compraste, es tu honor, tu nombre, tu persona lo que está en juego. Tú recibes tu compra y no hay nada aparte de tu cumplimiento que pueda poner fin al compromiso.

Si compras una casa a crédito, firmas un contrato prometiendo hacer los pagos a tiempo todos los meses, luego la compañía la construye y te la entrega. Si después decides mudarte, alquilar la casa, venderla a otra persona o sencillamente abandonarla, nada de lo citado te exime de tu promesa de pago. Tú continúas siendo responsable del contrato, si no cumples, es tu reputación la que se daña, te das a conocer como mal pagador y tu palabra sufre desprestigio. Son muchos los que sin importarles lo prometido, no cumplen y tratan de zafarse del compromiso.

Dios hizo un contrato con Abraham. Y dice la Escritura, “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Núm 23:19). Dios le prometió a Abraham un hijo, el compromiso de Abraham era creer y así ocurrió, la promesa fue cumplida porque Abraham engendró a Isaac. Consecuentemente, la descendencia creció y formó la nación de Israel. Pero Dios extendió la promesa diciéndole: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Gén 22:18).

Según la promesa divina, toda nación, incluyendo tu país, tu gente, tu familia y tú mismo, recibirían bendición a través de la descendencia de Abraham. “¿Cómo es esto?”, preguntas tú; “¿Cómo puede Israel, simiente de Abraham bendecirme?”. Explica la Biblia que en Jesucristo, un descendiente de Abraham, la bendición prometida alcanza a las naciones, a fin de que por la fe reciban la promesa. Abraham, por fe creyó la promesa y fue bendecido, así también cualquier persona en la actualidad, de cualquier nación, al creer por fe en el Hijo de Dios, recibe la promesa y la bendición. Dios no ha fallado, sino que sin fe, no hay promesa ni bendición. ¿Tienes tu fe en Jesucristo?

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