viernes, 25 de septiembre de 2015

Confianza sumisión y obediencia | RPH 3829

por Cornelio Rivera


Ya estando en el avión, como de costumbre, el piloto nos dio la bienvenida e informó que en breves momentos estaríamos despegando. Con varios aviones esperando turno, el piloto tomó su lugar para esperar la orden de la torre de control, mientras tanto la llovizna que había comenzado, era ahora un aguacero. Ya en posición, aguardando las instrucciones de la torre, nuestro avión continuaba esperando, el reloj seguía su marcha y la espera se alargaba. 

Pasado un rato, el piloto nos informó que le habían ordenado esperar debido a una serie de tormentas. Disculpándose por el retraso, dijo que posiblemente partiríamos dentro de pocos minutos, esto lo repitió varias veces y la espera se convirtió en más de dos horas. Finalmente, la torre de control dio la orden y el avión pudo salir. Aunque tarde, pero sanos y salvos, llegamos a nuestro destino.

¿Imagínate si el piloto, desobedeciendo a la torre, hubiese decidido partir? ¿Qué si los pasajeros amotinados hubieran demandado el despegue? Algunos, seguramente tenían compromisos, otros, conexiones con otros vuelos; a lo mejor los perdieron. También, es posible que alguien haya perdido un negocio. Pero todo era secundario, considerando que desobedecer la orden de esperar, podría haber costado la vida de los pasajeros y la tripulación. El operador de la torre, mejor que nadie, puede evaluar las condiciones para volar. Es la responsabilidad del piloto someterse y obedecer las instrucciones. Lo más provechoso para los pasajeros es someterse a las decisiones del piloto y de la torre.

En la vida diaria, Dios, como un operador de torre conoce mejor que nadie las tormentas, los vientos fuertes, así como la mejor hora en la cual tú puedes hacer las cosas y hacia dónde dirigirte. ¿Estás dispuesto a someterte a sus instrucciones y obedecerle? Dice la Biblia: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Pr. 3:5-6).

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viernes, 11 de septiembre de 2015

Dos propósitos, dos destinos | RPH 3828

por Cornelio Rivera


El descubrimiento de América marcó grandes diferencias entre las colonias españolas y las inglesas. Con el tiempo, esas diferencias fueron acentuándose, los puritanos que zarparon hacia Norte América no fueron motivados por un espíritu aventurero. Viajando con sus familias se proponían labrar la tierra y establecer un hogar en el nuevo continente. 

En contraste, los viajeros a Iberoamérica eran hombres buscando fortuna y aventura. Llegaron solos, sin intención de traer a sus familias, su actitud se refleja en las palabras de Hernán Cortés: "Vine a buscar oro, no a labrar la tierra como campesino". Los españoles y portugueses vinieron, no a establecerse como colonizadores sino como conquistadores, a llevarse lo que pudieran encontrar. Habiendo dejado a sus esposas en Europa, satisficieron su sexualidad con las mujeres nativas, quienes dieron a luz a una nueva raza, una raza mixta, que no conoció a sus padres porque estos regresaron con sus esposas y familias al viejo continente. 

Muchos colonizadores en Estados Unidos, por lo menos al principio, fueron producto de la Reforma, gente que leía la Biblia, dedicados a Dios y a sus familias, deseando glorificarle y ser bendecidos. Sin embargo, los conquistadores en la nueva Iberia eran el producto de la contra-Reforma y de la Inquisición, fieles a su tradición y jerarquía religiosa. Para ellos, la Biblia era un libro prohibido, su interés era carente de lo espiritual, buscando la riqueza personal y el prestigio de la Corona española. En resumen, los colonizadores buscaban conscientemente la bendición de Dios y la obtuvieron. Sin embargo, los conquistadores intentaban fama y riqueza, y aunque algunos la obtuvieron, fue de corta duración. Estas diferencias en propósito dieron curso a un desarrollo diferente en las dos Américas (“Crisis in Latin America”, pág. 66).

Hoy, ¿qué buscas tú? ¿Riqueza, fama, ganancia, beneficio propio? ¿Hay algún lugar para Dios en tu vida? Lo que busques y hagas te afectará a ti, a tus hijos y hasta las generaciones futuras, y más importante aún, afectará tu destino eterno.

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viernes, 4 de septiembre de 2015

En el último minuto | RPH 3826

por Cornelio Rivera


¡Qué emoción cuando el gol ganador entra a la red faltando unos segundos para terminar el partido, o cuando el balón entra a la canasta al momento del pitazo que pone final al encuentro, o cuando el batazo con las bases llenas da por terminada la entrada y el juego! Es entonces cuando saltas de la silla o de la gradería y gritas con aprobación. Hay equipos que tienen la reputación de ganar juegos ¡en el último minuto! El problema es que al hacerlo varias veces, el público espera que siempre que vayan perdiendo puedan hacer lo milagroso y ganar una vez más, segundos antes del silbato, ¡en el último minuto! Pero bien sabemos que esas hazañas no ocurren todo el tiempo, y que llega el momento cuando el juego se pierde. 

Algunos viven y hacen las cosas, esperando ese último momento. El estudiante, teniendo todo un semestre, comienza su proyecto unos pocos días antes de vencerse el plazo. Muchos esperan hasta el último día para llenar formularios, hacer solicitudes o pedir extensiones. Aunque decimos: "No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy", difícilmente aprendemos la lección, y nos acostumbramos a dejar las cosas para mañana o para más tarde, lo cual nunca llega y cuando llega ya es muy tarde, nadie puede vivir así y esperar que todo vaya a salir bien. 

El último minuto puede ser emocionante en el deporte, pero cuando las cosas importantes de tu vida están de por medio, no puedes esperar que siempre ocurra un milagro. Lo más crítico de dejar para el último momento es no arreglar cuentas con Dios, sino hasta estar en cama, cerca de la muerte. Nada es más peligroso que pensar que tal vez en ese entonces, puedas tener oportunidad para hacerlo.

La Biblia te insta a que al escuchar el llamado de Dios no endurezcas el corazón (Heb. 4:7). “He aquí el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación" (2 Co. 6:2). ¡Cuán urgente es responder al mensaje de Dios en Cristo! Si esperas hasta mañana, quizás ese mañana no llegue. No esperes hasta el último minuto, responde ahora mismo.

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