martes, 26 de agosto de 2014

La maldad | RPH 3707

por Cornelio Rivera


La maldad la medimos según el daño que cause. Los causantes del sufrimiento y muerte de millones, en campos de concentración de la segunda guerra mundial, los consideramos verdaderamente malignos. Así habrían considerado a sus amos, las personas que fueron traídas de África para ser esclavizadas por varios siglos. Hoy, hay muchos malignos causantes de sufrimiento, penalidades y escasez.

A un nivel más personal y directo, para la mayoría, maligno es el que te roba, que te engaña, que mira tu necesidad y pudiendo ayudarte, no lo hace. Maligno es el que habla mal de ti dando un falso testimonio, el vecino o el compañero de trabajo que te complica la vida y el pariente que te pone mal con el resto de la familia. Pensándolo bien, tú y yo somos candidatos a ser calificados como malignos, porque los hombres tenemos una fantástica capacidad para ser malos.

¿Es todo maldad en el mundo, sin haber nada bueno? Todo depende desde que punto lo veas. Vemos como algunos realizan beneficencias, dando de su tiempo, esfuerzo y de sus recursos económicos para ayudar a otros. Aunque poca, en comparación a la maldad presente, existe en el hombre cierta bondad. Pero viéndolo desde el punto de vista de Dios, el hombre es esencialmente malo. Dice la Biblia: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso" (Jer.17:9). El profeta Isaías declara: "todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia" (Is. 64:6). Aunque exista la posibilidad de escoger lo bueno, sabemos que tendemos hacia lo malo, pues nuestra naturaleza es esencialmente pecaminosa.

Lo que David escribió hace dos mil años, Dios lo dice hoy: "Todos se desviaron... no hay quien haga lo bueno… ni siquiera uno… con su lengua engañan… sus pies se apresuran para derramar sangre… no hay temor de Dios delante de sus ojos” (Rom. 3:12-18). Por muy buenos que parezcamos ante los que observan nuestras supuestas buenas obras, delante de la santidad y perfección divina, estas son opacadas y lo que es visible ante Él es nuestra maldad y pecado. Pero hay esperanza, Dios cambia al que por fe en Jesús se somete a Él.

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viernes, 1 de agosto de 2014

La paciencia | RPH 3706

por Cornelio Rivera


“El que espera desespera”, dice el refrán; y bien sabemos cuán verdadero es este dicho popular. El niño aguarda su cumpleaños o la navidad contando los días para recibir regalos. La espera es larga para el estudiante que en su último año contempla su graduación. Para los enamorados, el día de la boda les parece muy distante. Los planes que has hecho quisieras verlos realizados de inmediato. También, cuando agobiado esperas día tras día una solución que no parece llegar, la desesperación puede llevarte a lo que piensas es la única salida. La desesperación puede ser tal, que algunos optan por quitarse la vida. Este obviamente es el extremo al cual Dios no quiere que nadie llegue. En efecto, Dios no quiere que nadie llegue al punto de reaccionar a ninguna situación como si estuviese en un callejón sin salida.

La respuesta a la desesperación y lo que previene ese estado de ánimo es la paciencia. ¡Ah la paciencia! ¡Cuántos quisiéramos tenerla! Alguien sarcásticamente dijo: "Dios dame paciencia, ¡pero dámela ahora mismo!”. La Biblia habla de la paciencia diciendo que es una virtud, que ejercita continuamente control sobre la persona, previniéndole de responder a una situación en forma precipitada. La Sagrada Escritura dice que Dios es paciente para con los hombres. Su paciencia previene el juicio inmediato sobre nuestras acciones pecaminosas con las que le ofendemos continuamente.

La Palabra de Dios cataloga la paciencia como un fruto del Espíritu, porque solo Dios a través del Espíritu Santo puede producirla en nosotros. El hombre por sí mismo no puede producir paciencia, así que, si ahora sientes que ya no aguantas, que no encuentras salida y estás desesperado por actuar precipitadamente ante cierta situación, te invito a que te ampares en el Dios de toda paciencia. No todo tendrá una solución instantánea, pero si pones toda tu confianza en Jesús, tendrás una nueva vida y una nueva perspectiva para enfrentar situaciones problemáticas.

En Dios y en su hijo Jesucristo puedes experimentar las palabras bíblicas que aseveran que: “la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro. 5:3-5).

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