jueves, 18 de diciembre de 2014

Reconciliación | RPH 3734

por Cornelio Rivera


"¡Jamás le perdonaré!". Son palabras que has escuchado o quizás pronunciado. Tal vez has dicho: "Yo perdono, pero no olvido". Palabras dichas como resultado de enemistades, indiferencias, divorcios, fricción, pleitos, disputas, y hasta asesinatos y guerras. Entre pandilleros hay venganza; un día muere uno y al día siguiente dos del otro bando, y la matanza sigue. ¿No son estas cosas versiones amplificadas de lo personal y familiar? 

En casa, en el vecindario, ahí donde trabajas o en la escuela, en todos estos lugares existen rencillas que se convierten en situaciones irreconciliables. Discordias entre personas y entre familias, entre hermanos, padres e hijos, parientes, vecinos y entre compañeros de trabajo. Todo por la inhabilidad del ofendido, para perdonar y olvidar lo que hizo el ofensor. Pero también impide la reconciliación el ofensor que rehúsa reconocer su falta y la necesidad de enmiendas. La inflexibilidad, en uno o en ambos, alimenta la fricción y enemistad.

Hay también fricción entre Dios y el hombre, Dios es el ofendido, el hombre el ofensor. Dios, que es santo y perfecto, no puede ignorar la ofensa sin castigo. El hombre, con orgullo, rehúsa aceptar su error. Dice la Biblia que la mente humana, en su estado natural, está en enemistad con Dios (Ro. 8:7). A algunas iglesias, Jesús les dice tener ciertas cosas "contra" ellas (Ap. 2:4, 14, 20). Dios llama a Israel: "Rebeldes… por lo cual se les volvió enemigo, y peleó contra ellos" (Isa. 63:10). Ante tal hostilidad, ¿podrá haber reconciliación entre Dios y el hombre? 

Dios proveyó para perdonar la ofensa del hombre, requiriendo al ofensor, reconocer su falta y sacrificar un cordero o becerro. Dios aceptaría esa muerte en substitución del ofensor, quien recibiría reconciliación. Hace dos mil años, Dios hizo una mejor provisión, Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29), y se nos explica que por su muerte somos reconciliados (Col. 1:21-22). Dios es el ofendido, nosotros los ofensores, pero Él perdona y ofrece reconciliación si tan solo reconocemos nuestro pecado y ofensa, y nos acercamos a Él, aceptando el sacrificio ya hecho por Cristo. Él hizo su parte, haz tú ahora la tuya.

[ Puedes escuchar la reflexión dando clic aquí (se abrirá una pestaña nueva) ]

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