martes, 17 de marzo de 2015

Control de calidad | RPH 3788

por Cornelio Rivera


Toda compañía de manufactura, si quiere encontrar aprobación entre el público, necesita ejercer control de calidad. En alguna ocasión habrás pagado por cosas que fácilmente se han dañado o que no tienen el buen sabor que se suponía debían tener. La falla en la seguridad y el control estricto de la calidad de un producto, puede ser crítico y costoso. 

En una ocasión se encontraron varias cajas de un analgésico que había sido contaminado con cianuro. Desafortunadamente, los que encontraron el veneno fueron los consumidores; varios murieron. La compañía tuvo que pagar por las demandas legales y por recoger y destruir todo el producto que ya había distribuido entre farmacias y otros establecimientos. También, tuvo que lanzar una campaña publicitaria para tratar de restaurar la confianza del público en sus productos. Lo ideal es que lo que se fabrica, sea sometido a una evaluación, que determine si en realidad pasa la inspección y llena los requisitos de lo que se considera algo bueno, algo de calidad. Si no, aquello será rechazado, puesto a un lado, declarado inaceptable. 

Dios requiere un estricto control de calidad. Por medio del profeta Daniel le dijo al rey Belsasar: “Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto” (Dn. 5:27). Nada inaceptable se le pasa a Dios, no hay descuido o negligencia como para que quien no llene los requisitos, tenga entrada y aceptabilidad ante Él. Todos necesitamos ser evaluados y examinados para su aprobación. 

Pero confrontamos un grave problema. El Apóstol Pablo lo expresó así: “Yo sé que en mí, no mora el bien; el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo; queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en . ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro. 7:18, 21, 24). En otras palabras: ¿quién me hará aceptable a Dios? La misma Biblia resuelve el dilema diciendo: “el Dios de paz… os haga aptos en toda obra buena… haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo” (Heb. 13:20-21). Si nos sometemos a Él, para que Él haga la obra en nosotros, Él nos dará la necesaria aceptabilidad.

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