por Cornelio Rivera
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¡Poder o no poder, esa es la pregunta! Cuando existe alguna dificultad, problema o aprieto, queremos saber si la situación puede resolverse. ¿Puedo hacer algo?, ¿puede alguien ayudarme?, ¿qué es lo que se puede hacer? Cuando chocas con tu vehículo, preguntas: ¿puede repararse? Si pierdes el empleo: ¿podré obtener otro rápidamente? Cuando te enfermas tú o uno de tus familiares, lo primero que te viene a la mente es: ¿podrá haber recuperación?, ¿pueden hacer algo los médicos?
El diccionario define el verbo “poder” así: "Tener expedita la facultad o potencia de hacer algo. Tener facilidad, tiempo o lugar de hacer una cosa". Esta es una palabra que produce incertidumbre o expectativa, pero algo de lo cual no siempre tenemos completa seguridad; en algunas ocasiones se puede y en otras no. Es posible que la facilidad, el tiempo o el lugar para realizarlo estén a nuestro alcance, pero muchas veces ese no es el caso, y tenemos que recurrir a otros. Lo crítico es cuando nadie puede hacer nada, ¿qué puedes hacer cuando el plato se te cae de las manos y se hace añicos? No podemos entrar al despacho presidencial y comenzar a dar órdenes, tampoco tenemos el poder para impedir que llueva. Hay padres que ya no pueden controlar a sus hijos, matrimonios que ya no pueden ser salvados, y peor aún, nadie puede hacer nada una vez que estés muerto. ¿Qué podemos hacer cuando ya no se puede?
Jesucristo dijo: “No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos” (Mt. 7:18). También: “De cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). Y agregó: “Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí. El que permanece en mí, y yo en él, lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:4-5). Claramente, hay muchas cosas que en nuestra relación con Dios y con los demás, nosotros, por sí solos, no lo podemos hacer. Pero estando en la cárcel, sufriendo penalidades, el Apóstol Pablo escribió: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). ¿Tú puedes, legítimamente, decir lo mismo?
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