por Cornelio Rivera
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La sociedad está en crisis. Internacionalmente, el terrorismo está a la orden del día. Las opiniones difieren en cuanto a cómo responder. La pobreza y el desempleo han causado una ola de inmigración ilegal, con complicaciones en la economía global y fricción entre países. Las pandillas o maras, ya no son puramente locales, su violencia es un dolor de cabeza que ha atravesado fronteras. En Estados Unidos, las pandillas tienen unos ochocientos mil miembros operando en unas mil quinientas comunidades. También, hay reportes que indican alianzas entre las pandillas más violentas y el narcotráfico. ¿Hay alguna respuesta a esta jornada hacia la anarquía y violencia en nuestra sociedad?
En realidad, los problemas sociopolíticos no son nada nuevo. En el primer siglo, la corrupción y tiranía en el mundo romano era tan espeluznante como la violencia de hoy. Roma ejercía el poder, los romanos desdeñaban a los griegos considerándoles indisciplinados, afeminados, inmorales y amantes del lujo. Las ciudades, como hoy, eran habitadas por los pocos ricos y los muchos pobres. La inmoralidad predominaba, resultado de una religión idólatra y tolerante del libertinaje sexual.
En ese contexto político y social, el Apóstol Pablo, conocedor del estilo de vida en la sociedad grecorromana, escribió de unos habitantes de la ciudad de Tesalónica, que habían aprendido a amarse los unos a los otros. Pablo los anima a abundar más en eso (1 Ts. 4:9-10), a dedicarse con ahínco al trabajo (1 Ts. 4:11), a conducirse honradamente con los demás (1 Ts. 4:12). Amor, dedicación al trabajo y una vida honorable, afectarán efectivamente a la sociedad. Pero antes que nada, Pablo dijo de aquellas personas, que en todo lugar, la fe de ellos era conocida y la gente reconocía como se habían convertido de los ídolos a Dios, con la fe y esperanza en Jesucristo (1 Ts. 1:8-10). Ese es el primer paso para que tu vida afecte positivamente a la sociedad en que vives.
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