por Cornelio Rivera
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Hay veces en las cuales, de quien más esperas, menos responde. En el siglo XVI, Francisco de San Román, de Burgos, España, fue enviado por su padre, en un viaje de negocios a Flandes, región que pertenecía a la Corona de España. Estando en Bremen, Alemania, por curiosidad fue a escuchar a un predicador, interesándose en el mensaje, Francisco creyó lo que había escuchado. Entonces, escribió a sus amigos en Flandes animándoles también a creer y se dirigió a ellos llevando literatura para compartirles, pero en el camino fue arrestado y encarcelado, luego, a sus interrogadores les habló acerca de la justificación por fe en Jesucristo.
Sus amigos persuadieron a las autoridades de que la supuesta locura que le había dado era temporal, y así lo liberaron. Tiempo después, Francisco obtuvo una audiencia con Carlos I, rey de España, conocido también como Carlos V, emperador de Alemania y le presentó el Evangelio, luego, le solicitó poner fin a las persecuciones de los protestantes. Lo que obtuvo fue: ser encarcelado otra vez, entregado a la Inquisición en Valladolid, y ser condenado a la hoguera. Compatriotas, autoridades y amigos, quienes pensamos que responderán a nuestras convicciones, frecuentemente nos ignoran y nos desilusionan.
Hispanoamérica se identifica y se reconoce como cristiano, allí esperaríamos apertura a las enseñanzas de Jesús y de sus Apóstoles expresadas en la Biblia, pero por cinco siglos la Biblia se consideró un libro prohibido. Hace menos de cincuenta años, se autorizó su lectura y se expresó alguna tolerancia, hacia los que ya por un siglo habían creído y proclamado sus enseñanzas. Pero la tradición de más de cuatro siglos no desaparece en una generación, y la falta de enseñanza bíblica no se corrige en unos cuantos años.
Hoy, muchos consideran cualquier cambio en sus prácticas imposible, y nominalmente se aferran a sus tradiciones, sin que nada de lo que dicen creer afecte sus vidas diarias. Aunque ya no se queman Biblias, algunos aún la odian y la desprecian. Del mundo hispano, por identificarse como cristianos, se espera que reciban y practiquen la Biblia, pero en realidad muchos la rechazan. De quien más esperamos, menos responde.
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